El Papamoscas, y el Martinillo son unos personajes muy queridos en la ciudad de Burgos. Su popularidad se ha plasmado en numerosas obras de la literatura universal, así como en los diarios y memorias de viajeros que pasaron por la seo burgalesa y se sintieron atraídos por estos personajes. A las doce de la mañana se concentran en la catedral turistas y peregrinos para contemplarles en el momento de mayor acción del día.
A los pies de la catedral de burgos, en el primer tramo de la nave mayor y a 15 metros de altura, en medio del arco ojival de una ventana que se abre sobre el triforio, el Papamoscas corona el reloj interior de la catedral. Es un autómata en madera con figura humana de medio cuerpo, con bigote y perilla, que viste sombrero negro y casaca roja de cortesano con cinturón, y los cuellos, bocamangas y hombreras de color verde, como en la época en que se construyó. A las horas en punto mueve su brazo derecho, que sostiene una partitura musical, accionando a través de una cadena el badajo de una campana, haciéndola sonar, y abriendo la boca al ritmo de los tañidos. En la mano izquierda sostenía antiguamente una batuta que se ha perdido, pasando de ser director a interprete.
A su lado, en un pequeño balcón, Martinillo es otro simpático autómata de cuerpo entero, menos famoso que el Papamoscas, que también forma parte del reloj, golpeando dos campanas con sendos martillos, uno en cada mano, marcando los cuartos, las medias y, junto al Papamoscas, los cuatro cuartos antes de la hora entera. Hasta 1887 tenía una portezuela que se abría para que saliera a dar los cuartos, y más tarde tras retirarse se cerraba. La puerta y el mecanismo se averiaban a menudo y hubo que suprimirlos, dando más visibilidad al autómata. Enraizado en lo imaginario, popular, y leyendas castellanas, denominaban así a los duendes o demonios que trasteaban en las casas.
Las dos campanas romanas tañidas por “Martinillo”, se correspondían con otras dos campanas de los cuartos de la aguja norte, la menor del siglo XVIII y mayor de mediados del XX, y la campana de las horas que toca el “Papamoscas" tenía correspondencia con otra extraordinaria campana gótica con doble epigrafía del año 1350. Sus mazas originales fueron sustituidas por electromazos externos, aunque desde hace varias décadas fueron silenciadas.
No se sabe ni la fecha exacta ni las circunstancias en las que se creó el Papamoscas, pero posiblemente procede de algún taller veneciano. En el siglo VIX, ya está documentado que existió un reloj mecánico, colocado en la torre sur del exterior de la catedral, por el que se pagaron cuatro mil maravedíes. En 1462 se amonestó al campanero de la catedral por que el reloj “non andaba cierto”, y tuvo que contratarse a un primer relojero.
Estos relojes reciben la energía de un peso atado a una cuerda que se enrolla, y descolgándose por la gravedad, con un mecanismo de escape de varilla que funcionaba como un freno rítmico, convierte el movimiento rápido de los pesos en uno lento, regular y fragmentado, dando lugar a los segundos, los minutos, y las horas con el clásico sonido del tic tac.
La maquinaria de relojería de la catedral se encuentra sustentada por una plataforma a 15 metros de altura, y está protegida por 18 puertas de cristal. El péndulo del reloj posee incrustaciones de ágata, y la esfera es de lava esmaltada para resistir las inclemencias del tiempo, ya que en un principio se pensó instalar el reloj en la fachada de una torre. Posee tres grandes pesas, una para el reloj y otras dos más grandes, de 540 Kilos cada una, para el Papamoscas y Martinillo. La cuerda del reloj duraba una semana, pero la de los autómatas no más de dos días.
En la actualidad, el mecanismo de contrapesos se ha mejorado, y están automatizados por ordenador, pero los tiros del Papamoscas y del Martinillo son los antiguos, perfectamente mantenidos y ajustados periódicamente.
Ya en 1519, el cabildo debatió la posibilidad de aderezar el reloj con alguna figura en movimiento, como en Centroeuropa, y se cree que el Papamoscas está documentado en siglo XVI, describiéndose como un “tardón, que era un fraile leyendo en su libro”.
En 1567, el relojero maese Pedro, realiza una intervención que es del agrado del cabildo. La primera mención del Martinillo es de 1632, y del papamoscas en 1669.
También se sabe que el 1742, tras el lamentable estado del Papamoscas, se reconstruyó por el relojero de la catedral de Salamanca, Francisco Álvarez. En ese siglo XVIII se le menciona, aludiendo a “un pájaro que siempre está con la boca abierta, y que muchos forasteros se acercan a ver al Papamoscas”. Por su aspecto grotesco, cómico y demoníaco, típico de la Edad Media, fue criticado por algunas autoridades eclesiásticas y algún obispo quiso quitarlo. Desde el Concilio de Trento, varios autómatas sufrieron la desaparición de elementos, pero el Papamoscas se salvó y es uno de los relojes más conocidos y emblemáticos del país.