El grupo de alfareros radica en la comunidad de los “Reyes Metzontla”, que significa “lugar de magueyes secos”. Hablan el Popoloca o Nguiwa, que quiere decir “los de nuestra casa”. Su principal actividad es la alfarería, debido a que la producción agrícola es sólo de autoconsumo, como resultado de lo agreste del suelo y la falta de agua. También se emplean temporalmente en las granjas de pollos de la cabecera municipal y desde luego la migración hacia los Estados Unidos.
Preocupadas por preservar sus tradiciones, las mujeres Popolocas reproducen la cultura y la técnica de la alfarería. Ellas son quienes conservan vivas las formas materiales y diseños que de otra forma se perderían, conservando los secretos de la mezcla del barro, la manera de chorrear las piezas con el cuajito (corteza de palo mulato) y la preparación de la cera.
La impecable destreza para levantar las piezas con solo el modelado de las manos, dan la consistencia y plasticidad necesaria al barro para presentar al final, obras perfectas en su equilibrio, armonía y redondez de formas; sorprende que logran una simetría perfecta sin usar el torno.
Con la llegada de las instituciones, hace varias décadas, las artesanas decidieron salir más allá de Tehuacán. Se trasladaron a Puebla y a la ciudad de México para ir más allá del mercado local y regional.
En 1979 se formó el primer grupo organizado de mujeres alfareras con 30 artesanas. En la década de los ochenta, las niñas y jóvenes, impulsados por sus madres, retomaron con orgullo esta actividad, por ello, decretaron la autodefensa de su patrimonio natural, ecológico y geográfico; y generaron múltiples relaciones con el exterior. El grupo se fortalece y comienzan a circular nombres de artesanas y artesanos destacados.
Se reconoce la labor trascendental de las abuelas del pueblo, pues son las continuadoras de la tradición y las impulsoras de la cultura, las que enseñan la lengua, y las que lograron romper fronteras.