07-07-1993, glorieta de Embajadores. El piso todavía continúa siendo un horno, a pesar de haberse puesto el sol hace algunas horas. La TV escupe basura por dondequiera que se mire, chabacanería disfrazada de burdo entretenimiento, copada por predicadores del chiste fácil de andamio. Aún así, conviene desgastar el mando a distancia antes de entrar en la puerta de los sueños, que dirían Javier Andreu y sus muchachos.
A Emilio Aragón nadie le niega su valía como reputado "entertainer", siempre se le suele conceder un margen de confianza pensando en que nos sorprenderá con algo que no ofenda nuestra inteligencia, ganado el crédito y el respeto con aquel recordado programa "Ni en vivo ni en directo". Después de su exitosa etapa en Telemamachicho, se nos marcha a la competencia para continuar con la fórmula que tanta fama le proporcionó en la cadena del innombrable magnate italiano.
Y mi paciencia por fin se vería recompensada, esta noche un ángel pasó por Alcobendas para devolvernos la fe en el maltrecho medio catódico. Lo más sorprendente, el silencio sepulcral que invadió el plató durante toda la actuación, un inesperado respeto hacia el artista y su apabullante obra musical. Nadie respiró, confiando en que todo saliera bien. Y vaya si salió.