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Estoy Segura de que muchos han escuchado este verso,
Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.
Si, es de Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta Sevillano. Pero ¿sabías que además de poeta, Bécquer fue un escritor de prosa, traductor, e inclusive periodista? Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida (1836 Sevilla -1870 Madrid). Su apellido Bécquer era el segundo de su padre, de origen Flamenco (Becker). Como muchos grandes artistas murió joven y sin reconocimiento. Gustavo Adolfo Bécquer fue un autodidacta, nunca asistió a la universidad. Era hijo de un pintor quien murió cuando Bécquer aún era muy niño. Su madre también murió algunos años después y Gustavo Adolfo fue adoptado por su madrina, una mujer de posición acomodada que al parecer tenía una basta biblioteca, mayormente de obras francesas. Allí Becquer descubrió su amor por las letras y empezó a escribir desde muy joven. Los tiempos de Becquer no fueron fáciles, España tuvo anos de revolución tras revolución y esto mantuvo al escritor en vilo. Siempre moviéndose de ciudad y cambiando de trabajo. Él estuvo casado con Casta Esteban, y tuvieron tres hijos, de los cuales uno no era suyo, al parecer Casta y Gustavo Adolfo eran un poco traviesos. Además, se dice que su gran amor fue Julia Espín, quien inspiro muchos de sus versos. Sin embargo, Julia al parecer nunca correspondió a ese amor. Gustavo Adolfo Bécquer fue un hombre bohemio, talentoso y ambicioso. Sus biógrafos concuerdan en que se ha romantizado mucho su imagen, se quiere ver como un hombre dulce y perdidamente enamorado, pero la realidad era otra. Becquer estuvo muy enfermo de lo que decían era tuberculosis, pero al parecer sufría una sífilis, que por supuesto había que ocultar. Esta podría ser la explicación a su verso,
“Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda;
si mañana, rodando, este veneno
envenena a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?”