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El barroco florece al final del Renacimiento. Hace referencia a lo retorcido e irregular, a lo recargado y exagerado frente a la armonía, el equilibrio y la simetría típicas del Renacimiento.
Desde Roma se extenderá rápidamente por Italia y Europa, llegando a los territorios de América.
En el arte religioso, se busca la grandiosidad para que el hombre se sienta empequeñecido ante lo divino, mientras que, en el arte civil, las monarquías absolutas lo utilizarán para expresar el poder del Estado a través del urbanismo, con grandes palacios, plazas y jardines.
En la arquitectura barroca, se emplea la escala sobrehumana como expresión del poder absoluto.
Las plantas de los edificios adoptan formas elípticas y mixtilíneas. Se utilizan columnas salomónicas, fustes retorcidos y estípites.
Se construyen fachadas cóncavas y convexas con pequeños pórticos y grandes portales. En las cúpulas se cruzan arcos y se construyen falsas bóvedas.
La ornamentación es cada vez más intensa, los materiales empleados en los interiores son lujosos.
Se da una gran importancia a la luz para atraer la atención a la parte central de la obra.
Es un arte realista y naturalista que busca la teatralidad del conjunto, con un predominio de lo curvilíneo y lo ondulante, transmitiendo emoción y sentimiento.
Debido a la crisis económica que atraviesa España en el siglo XVII, se utilizan materiales pobres como el ladrillo, procedente de la tradición mudéjar, y se plantean falsas cúpulas de armazón de madera, recubiertas de yeso.
Podemos señalar tres etapas en la arquitectura barroca española.
La primera etapa presenta un estilo herreriano, austero y sobrio, como el que exhiben el centro urbanístico de Lerma en Burgos o la Plaza Mayor y la casa de la villa de Madrid.
De esta época son también el casón del Buen Retiro y la colegiata de San Isidro.
La segunda etapa tiende a una arquitectura más decorativa y con mayor movimiento. Tendrá su centro de influencia en Andalucía, donde destacan las obras de Alonso Cano en Granada y de Leonardo de Figueroa en Sevilla.
En la tercera etapa, caracterizada por la ornamentación profusa en los edificios, presenta fuertes connotaciones regionales.
En el barroco castellano destacan las obras de la familia Churriguera en Salamanca y Madrid. Y las de Pedro Rivera también en Madrid.
En Toledo, Narciso Tomé levantará el transparente de la catedral donde conjuga arquitectura, escultura y pintura.
En el barroco gallego destaca la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago.
Y en el barroco levantino, las fachadas de la catedral de Valencia y del palacio de marques de Dos Aguas, ya Rococó, y la fachada de la catedral de Murcia.
Con el reinado de Felipe V se edificarán el Palacio Real de Madrid y el palacio de la Granja de San Ildefonso en Segovia.
La escultura barroca española tendrá la imaginería religiosa como punto de referencia.
En este terreno, también podemos hablar de un barroco castellano con Gregorio Fernández y su obra el Cristo yacente de El Pardo, donde sus manos y su rostro expresan puro realismo y dramatismo.
Juan Martínez de Montañés, Alonso Cano, Juan de Mesa, Pedro de Mena y la escultora Luisa Roldán, la Roldana, representan la escuela andaluza, con imágenes que resaltan la belleza y la dulzura con colores vivos y brillantes.
Y Francisco Salzillo, como exponente de la escuela murciana, con clara influencia napolitana, que marcará el cambio al Rococó.
En la pintura barroca, al igual que en las otras artes, se muestra interés por el claroscuro.
Hay dos corrientes diferenciadas. El tenebrismo corresponde al inicio del barroco, sus principales exponentes serán Caravaggio y José de Ribera, el Españoleto.
El clasicismo se centra más en el dibujo y la colocación de las figuras en el centro de la composición, sin contrastes ni actitudes exageradas.
Gran maestro de la pintura barroca será Velázquez con otras grandes figuras como Zurbarán, Murillo, Valdés Leal y otros muchos.