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Antonio y Hugo de un lado y Esther del otro, madrugan a sus labores diarias, cada uno de ellos vive en las cercanías al puente Internacional Simón Bolívar en la frontera colombo-venezolana entre San Antonio y Cúcuta.
Hugo es moto taxista trasportando gente de un país a otro, Esther viaja un par de horas para cobrar las remesas, una de las formas que tienen los habitantes de frontera para incrementar sus ingresos aprovechando el cambio de divisas entre bolívares, dólares y pesos, mientras Antonio atiende su negocio de víveres en territorio venezolano favorecido por los costos de la mercancía en ese país.
Sin saberlo, ellos se cruzan cada tanto en medio de una Frontera que se materializa en un puente que deja entrever en medio del calor característico de la región, una forma de vida que muy pocos conocen y muchos experimentan diariamente en el rebusque, el negocio informal, la oportunidad y el oportunismo; gracias a una economía decadente que no logra desprenderse del fantasma de bonanza y prosperidad que muchos años atrás rondó por ese puente