En los Esteros del Iberá, donde la naturaleza se despliega en su máxima expresión, la flora y fauna se entrelazan en un baile mágico. Permíteme compartir contigo una poesía que celebra la belleza de este lugar:
Ecos del Iberá
En los esteros, donde el agua se funde con el cielo, donde los camalotales y juncales se alzan como guardianes, la flora se despliega en un abrazo verde y eterno.
Los palmares de yatay, los selvas en galerías, isletas de bosques escondidos entre las aguas, susurran secretos ancestrales a los vientos.
Los jacarandaes y lapachos, ceibos y sauces, curupíes y timbóes, guayabíes y urundayes, bordando las orillas, pintan el paisaje con colores vibrantes.
Yatay, pindó y caranday, las palmas se alzan, como testigos silenciosos de la vida que fluye, en este rincón sagrado donde la naturaleza danza.
Pero no solo la flora es protagonista en este escenario, la fauna también se asoma, curiosa y majestuosa:
El carpincho, gigante y amigable, reina en las aguas, mientras los yacarés, con sus hocicos angostos y anchos, se deslizan como guardianes de un mundo ancestral.
Las aves, como notas musicales, llenan el aire: corzuelas, monos carayás, zorros grises y más, todos coexistiendo en esta sinfonía de vida.
Así, en los Esteros del Iberá, la gente también es parte, guardiana de este paraíso, donde la hermosura se despliega, y los corazones se llenan de asombro y gratitud.
Que los ecos del Iberá resuenen en nuestros sueños, y que siempre recordemos este rincón de magia y vida, donde la flora, la fauna y la gente se entrelazan en un abrazo eterno.