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En las Islas Canarias no había tradición ni costumbre de producir jamones o embutidos hasta que, a principios de los sesenta, llegó Martín García, salmantino de familia charcutera, quien, pese a tener la vida asegurada en su lugar de origen como director de una sucursal bancaria, decidió iniciar una aventura empresarial más arriesgada de lo común.