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Ariel iba camino a casa entre lágrimas. La lluvia caía a cántaros, empapándola hasta los huesos. El elegante vestido que había llevado para la ocasión especial se pegaba a su cuerpo. Su cabello colgaba en mechones húmedos junto a su rostro. Ariel ni siquiera pensó en buscar refugio; al contrario, era mejor de esta manera, para que sus lágrimas no fueran visibles mientras se mezclaban con las gotas de lluvia.
¿Cómo pudo hacerlo Olivio? Recordó sus ojos y las miradas tímidas que cuidadosamente ocultaba de ella. El hombre que Ariel había considerado durante mucho tiempo el más valiente, confiable y amoroso parecía estar escondiéndose detrás de la espalda de su callado padre. Pero la madre de la familia no se contuvo en expresiones; tenía mucho que decir esa noche.