Enzo Fernández: el niño calentón que pisaba la pelota para defender a sus compañeros.
Hay un instante que ya es patrimonio del fútbol y de la historia de los mundiales. Van 86 minutos y 27 segundos de un partido sin mañana, a todo o nada. Rodrigo De Paul, encargado del córner, coloca la pelota en el piso, la golpea hacia Messi y el capitán, sin mirar, la reenvía para un mediocampista que aparece por sorpresa por el carril interior izquierdo. Lo que sigue es una obra de arte vista por miles de argentinos en Lusail y por otros tantos millones de espectadores en todo el mundo. Enzo Jeremías Fernández, llamado a convertirse en una de las más brillantes apariciones de la Copa del Mundo, recibe ese pase y coloca la pelota en el arco con un remate precioso: un gol consagratorio ante México, que borra los miedos de la selección y la impulsa. Pasan los días, llega la consagración… De pronto, ese mismo muchacho, ya campeón del mundo, besa su propio trofeo, el de Mejor Jugador Joven de Qatar 2022. Es un nene feliz con su juguete, a fin de cuentas.
De ser un niño más pateando la pelota en La Recova a ser homenajeado por múltiples murales en las calles de San Martín. Raúl se suele cruzar hasta hoy con alguno nuevo o le envían las fotos por Whatsapp. Durante la entrevista, lucen a su espalda las camisetas de Enzo en River, Defensa y Justicia, Benfica y Chelsea, pero se impone la 24 con la que se consagró a nivel mundial. “Es la gloria. Tal vez él ahora no es consciente de lo que logró, pero van a pasar los años y él estará siempre entre esos setenta y pico de argentinos que lograron ser campeones del mundo. Es un orgullo”. Imborrable, como la marca que dejó Enzo en las paredes de su barrio y en la historia del fútbol argentino.
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