El Río engualichado: A Jujuy siempre se vuelve.
Corría el año 1569 cuando Francisco de Villagra estableció el primer asentamiento europeo en el Valle de Xuxuy, tras haberse enfrentado con el extinto pueblo Jujuye.
Si bien la estadía de Villagra no fue muy prolongada, fue suficiente como para que los dos bandos permanecieran a cada lado del río. Mientras que los españoles llamaron a la orilla derecha Río Grande, la orilla izquierda ocupada por los jujuyes era llamada Río Xibi Xibi.
Como suele suceder, lo desconocido trae consigo curiosidad y sorpresa, por lo que la hija del Cacique, la princesa Oderay, quedó absorta y fascinada con estos seres blancos que tan solo de lejos podía observar.
Tal era su atracción y deseo de conocer que decidió alejarse para cruzar el río y así poder observar de cerca. Fue entonces cuando se encontró con Martín de Zárate, un joven algo mayor que ella que, entregándose al destino, también exploraba lejos de su campamento.
Envueltos por la bruma del encanto, comenzaron a vivir un hermoso romance, secreto y a escondidas. Pero tan real y profundo como las raíces de un viejo arbusto.
Una mañana, el conquistador Francisco de Villagra ordenó levantar el campamento ya que emprenderían un viaje a la ciudad de El Barco, en Santiago del Estero.
Martín corrió a despedirse de su amada con un gran dolor pero la noticia le cayó como una daga al corazón en la Princesa Oderay quien sentía que al perder a Martín estaría perdiendo su propia vida. Desesperada buscó consuelo en el hermoso río que vio nacer el amor de los jóvenes, donde rompió en un llanto tan desconsolado que despertó al Genio del Río, quien amaba a la princesa por su bondad y valentía.
Él escuchó atentamente la historia de Oderay y decidió que el único remedio era disolverse en el río, convirtiéndolo así y para siempre en “El río engualichado”
Ella sólo tendría que darle de beber el agua a Martín antes de partir y entonces su amor quedaría sellado por la eternidad. Así lo hizo, y si bien Martín partió hacia Santiago del Estero y luego regresó a España, no pudo tolerar la tristeza y volvió a Jujuy, donde Oderay lo esperaba ansiosa y enamorada.
Dicen que antes de morir, ambos se transformaron en un arbusto que comenzó a expandirse por todas partes: La tusca, que recuerda que el amor supera la distancia de las razas. De este arbusto, se hace fuego, y de sus dulces vainas se alimentan por igual las cabras y ovejas, pero lo importante es que nace en cualquier lugar donde sus semillas toquen la tierra.
Las aguas del Río Xibi Xibi han quedado impregnadas por el gualicho y de allí quien bebe de las mismas, hace cierto el refrán que “a JUJUY, siempre se vuelve”. Y todos aquellos enamorados que beban el agua del río bajo el brillo de la Luna, encontrarán la fuerza para superar cualquier dolor, en especial, la distancia.
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