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En la antigua Roma, un hombre astuto y codicioso forjó su imperio en medio de las llamas. Marco Licinio Craso, hábil hombre de negocios y senador romano, creó el primer cuerpo de bomberos de la ciudad formado por unos 500 hombres, pero su motivación iba más allá de la nobleza del deber.
Cuando el fuego rugía en los edificios romanos, Craso acudía como salvador, portando bombas de agua y promesas de protección. Sin embargo, había un oscuro precio que exigía a los dueños desesperados. No daría la orden para apagar las llamas hasta que obtuviera propiedades a bajo costo, en condiciones ventajosas para él.
Si el propietario se negaba, dejaba que el edificio se consumiera en las llamas, recordándonos a las tácticas de la Mafia. Con especulación y extorsión, Craso amasó una inmensa fortuna, controlando decenas de negocios y propiedades.
Según Plutarco, su capital se multiplicó de 300 a 7.100 talentos en tiempo récord.
Era tan ambicioso, que para acabar con su vida, el general parto Surena, le obligó a beber una copa de oro fundido, mientras le decía: "Sáciate de este metal del que estás tan ávido".