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“Por el amor, al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada; a Cristo, que nos llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones: Hago oblación de todo mi ser”.
“El hombre fue creado para amar y servir a Dios”. El religioso es ese hombre que sigue esta máxima hasta el final, es el cristiano que es llamado a amar y servir a Dios en el grado más alto, dejándolo todo, haciendo oblación de todo su ser por medio de los sagrados votos.
Por los votos, el religioso abraza la vida que su Señor Jesucristo eligió vivir, la vida del Evangelio radical, buscando imitarlo en todo, hasta lo más profundo, de modo que, si no es totalmente pobre, no es como Cristo, si no es totalmente casto, no es como Cristo, si no es totalmente obediente y mariano no se parecerá al único que es perfecto.
Por los votos, el religioso da testimonio de la existencia y bondad de Dios, de su Paternidad. Muestra que Dios es el único que merece ser amado y lo único por lo que vale la pena vivir y morir, incluso morir en esta vida.
Por los votos, el religioso recuerda a los hombres que hay una verdadera felicidad escondida en el sacrificio, una promesa que no defrauda.
Un religioso del Verbo Encarnado, cuando hacer votos, se compromete “a no ser esquivo a la aventura misionera”, a gritar al mundo que la vida debe vivirse según Cristo. Por los votos se dispone a recorrer mil caminos, conocer todas las razas, aprender lenguas y buscar por todos los rincones del mundo un hombre, una cultura en la que sembrar la paz del Evangelio.
Por los votos, un religioso del Verbo Encarnado busca la perfección de su humanidad y se lanza a “asumir todo lo humano”, siendo “otra humanidad de Cristo”, el cual es Roca y no una hoja que se lleva el viento del mundo.
Por los votos se hace pobre, rompiendo cualquier cadena que lo pueda aferrar a este mundo, impidiéndole elevarse a Dios.
Por los votos se hace casto, sacrificando sus deseos y derechos a casarse y tener una familia carnal, para que sus hijos en el espíritu se multipliquen bajo la sombra de su hábito.
Por los votos se hace obediente, renuncia hasta a su misma voluntad, para no hacer y lo que quiere, lo que gusta, lo que piensa, para consumirse en la Voluntad de Aquel que solo puede saciar-lo.
Por los votos, el religioso se hace eco del consejo de Cristo: deja “casas, hermanos, padre, o madre, o hijos o tierras”, atesorando en su fe, el tesoro del “ciento por uno”. «Se compromete a morir continuamente para siempre en un cotidiano martirio, (…) donde la única garantía de que su vida no es una locura, es Jesucristo» .
Se hace como María, a quien debe todas sus alegrías. Se hace un esclavo para ella, su guía y su compañera al pie de la Cruz.
Por los votos, muere al mundo… y en la más sublime paradoja, quema las naves para arrojarse mar adentro, en un viaje que a los ojos de los hombres parece “locura” y “escándalo”, pero que es alegría infinita y verdadera paz. La Cruz es su norte, su misterio. «La Cruz es su meta y su ideal. Porque se hace obediente para ser totalmente libre, pobre para ser en extremo rico, casto para ser eminentemente fecundo, y esclavo de María para ser todo de Jesucristo» .
“El amor y la gracia de la Santísima Trinidad, me ayuden a ser fiel en la obra que ha comenzado”.