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🔷 Desde la vasta cultura automovilística del Japón, Mazda logró resplandecer desde una perspectiva inferior con respecto al resto de fabricantes nacionales. Hablamos de Nissan, de Toyota o de Honda, firmas experimentadas, definidas por extensas crónicas, tanto a nivel comercial como en el ámbito deportivo. Mazda supo cómo conservar y ser fiel a sus exóticos postulados, destacando en algunas ocasiones, incluso por encima de estos gigantes que patrimonialmente le hacían sombra. El Mazda 787B, ganador absoluto de las 24 Horas de Le Mans 1991, es una buena prueba de ello. Y por supuesto, estos vehículos eran extrapolados a la competición bajo el atributo más significativo de la firma: los motores rotativos.
🔶 Casualmente, el Mazda RX-7 es uno de los modelos que más carreras de IMSA ha ganado en toda la historia de la disciplina norteamericana. La historia de Mazda en competición se remonta hacia tiempos distantes. Con los RX-2 y los RX-3, la firma se iniciaba en algunas carreras de turismos, hasta la llegada del idílico RX-7. Este modelo sentó cátedra en la tecnología Wankel, entonces ya empleada casi en exclusiva por los japoneses. Las cualidades técnicas del mismo y las propias pretensiones de la compañía, introdujeron al modelo de lleno en las carreras.
🔷 En 1985, todavía inspirado en la primera generación, denominada como SA22C o coloquialmente como FB, ya se había construido un Mazda RX-7 de rallyes para el Grupo B. Años atrás, en 1979, el rotativo ya se había proclamado campeón de su categoría en las 24 Horas de Daytona, logrando un quinto puesto en la general. Ya en 1981, el equipo oficial Mazdaspeed, tenía en marcha un exigente programa de carreras salpicado con ambiciosas aspiraciones. Para ello se dibujó una carrocería dotada de notables apéndices aerodinámicos, visualmente equivalente a los entonces contemporáneos Super Silhouette japoneses.