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Olga dejó las pesadas bolsas sobre la mesa con un suspiro. ¿De verdad había conseguido llevarlas a casa ella sola? Sólo le ardían las manos, los dedos no podían flexionarse. Olga fue inmediatamente al lavabo y abrió el grifo, puso las manos bajo el chorro frío. "¡Qué bien sienta!" De pie cerca del fregadero, Olga miró las bolsas. Frunció el ceño: hoy era día de paga. Normalmente, ese día su marido la recogía al salir del trabajo y se dirigían al supermercado para comprar los víveres básicos del mes. Hoy, sin embargo, Olga no pudo localizarlo y él ni siquiera le devolvió la llamada. Esperaba que la esperara al salir de la oficina, pero su coche no estaba, así que Olga fue a comprar ella misma. Por supuesto, había comprado un montón de cosas, con la esperanza de que Sergio la llamara. Pero su teléfono seguía desconectado, y Olga tuvo que coger un taxi para volver a casa con todas aquellas pesadas bolsas. El taxista era odioso: refunfuñó cuando Olga le pidió que la ayudara a meter las bolsas en el maletero y no quiso ayudarla al menos a llevarlas al ascensor, aunque ella le dijo que le pagaría un extra.