Estos dos minutos resumen cómo me gusta vivir la pesca con mosca.
En un desconocido río de Patagonia Argentina, mi amigo Antonio ve una linda trucha comiendo algún insecto, me llama para compartir la situación, nobleza obliga, le cedo el tiro, Antonio venía pescando con ninfas, hace un par de buenos tiros, la ninfa en deriva muerta le pasa por la jeta, pero la trucha no se tienta y se va de la zona. Luego de media hora volvemos al lugar, la arcoíris había regresado a la posición, esta vez me tocaba a mí, yo venía pescando con ninfas en tención, Antonio me insistió en que ponga una atractor, tengo la mía, la de siempre, la que siempre paga, le hice caso y nos tomamos el tiempo de modificar el equipo, cambio de reel y de mosca.
El negro, desde arriba del cerro, me iba comentando donde se ubicaba la trucha, si se movía o no, si me quedaba corto o me pasaba, después de un par de tiros, consigo el pique.
Un río prístino, una trucha que nos regala una situación de pesca que muchas veces soñamos, el compañerismo, y la alegría doble de pescar en equipo...la trucha vuelve sana al agua, nosotros vivimos un momento de plenitud...porque pudimos saciar el instinto milenario de cazador, ese que sin prisa pero sin pausa nos habla, nos pide a gritos que pasemos tiempo en el río, ese instinto primitivo, fuerte, arraigado y natural que heredamos algunos, producto de miles de años, de miles de vivencias pasadas, que así como a las tortugas recién nacidas, les indica hacia donde está el mar, hacia donde tienen que ir...así de fuerte nos manda al río, al bosque, a l lago...así de fuerte nos pide que vivamos un día más de pesca, que siempre será un día ganado, uno vivido.
Ese instinto...ese instinto se calmó, al menos por un instante luego de esa trucha...de esa pesca en equipo.