En 1929, los hermanos Philip y Cecil Drinker desarrollaron el pulmón de acero para ayudar a respirar a pacientes con graves lesiones pulmonares, como enfisemas, tuberculosis, bronquitis crónica y poliomielitis. Se trata de un equipo con cámara metálica que, por la acción de un motor que mueve un pistón, genera a intervalos regulares una sobrepresión o una depresión de forma alternada. La presión y la frecuencia respiratoria es controlada por el médico desde el cuadro de mando. Los pulmones reciben los efectos de la respiración artificial mediante el movimiento pasivo de las paredes de la caja torácica.
El cuerpo del paciente se introduce en el interior del aparato en forma de tanque y reposa aislado herméticamente del exterior mediante un collar o manguito ajustado alrededor del cuello. La cabeza queda fuera del tanque.
Vivir dentro de uno de estos tubos de acero era la única forma de sobrevivir para muchos pacientes.