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Había una vez un relojero, Marcelo, que vivía en un pequeño pueblo. Este hombre había dedicado su vida a la creación y reparación de relojes. Marcelo era famoso por su meticulosidad y la pasión con la que se entregaba a su oficio. Sin embargo, al llegar a sus 50 años, comenzó a sentir una extraña inquietud que le quitaba el sueño.
Un día, Marcelo decidió visitar a su viejo amigo Samuel, un sabio panadero conocido por su sabiduría y buen juicio. "Samuel," confesó Marcelo, "me siento perdido. He dedicado toda mi vida a los relojes, y aunque me apasiona lo que hago, siento que hay algo que me falta. Ahora que tengo 50 años, ¿qué es lo que debo recordar?"