María Magdalena, frecuentemente identificada por su origen geográfico, creció en una sociedad profundamente marcada por tradiciones religiosas y rígidas normas sociales.
Sin embargo, su vida personal estaba marcada por un tormento interno que la aislaba de los demás. Según los Evangelios, ella estaba poseída por siete demonios, una condición que la marginalizaba y desacreditaba a los ojos de su comunidad. En aquella época, la condición de María no era solo una cuestión de salud, sino también una cuestión espiritual y social.
La creencia predominante era que la posesión demoníaca era una consecuencia directa de los pecados o de un alejamiento de Dios. Por lo tanto, María Magdalena enfrentaba no solo el sufrimiento interno, sino también el estigma y la exclusión.