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En un fresco sábado primaveral, Alma Coronel y Homar Acuña se aventuraron hacia Jerez, Zacatecas, una ciudad impregnada de historia y tradición. Con ánimos exploradores, se dirigieron hacia el corazón del pueblo, ansiosos por sumergirse en la celebración de los rituales sabatinos que encarnaban la esencia misma de la cultura local.
Al llegar, fueron recibidos por el bullicio festivo que impregnaba las calles. El aroma de las delicias culinarias y el sonido de la música tradicional los envolvían, mientras se adentraban en la atmósfera vibrante de la festividad.
Su primera parada fue en la emblemática quema de judas, un ritual arraigado en la tradición religiosa y cultural. Observaron con asombro cómo los habitantes locales, con gran algarabía, prendían fuego a las efigies representativas del mal, simbolizando así la victoria del bien sobre la adversidad.
Continuando su exploración, se unieron a la colorida cabalgata, donde jinetes ataviados con trajes típicos recorrían las calles, exhibiendo con orgullo la destreza y elegancia propias de la equitación zacatecana. Alma y Homar se maravillaron ante la destreza de los jinetes y la belleza de los caballos, mientras el bullicio de la multitud y el repiqueteo de los cascos creaban una sinfonía de tradición y folclore.
Después de sumergirse en la atmósfera festiva, decidieron participar en una de las tradiciones más arraigadas: tomar. Se unieron a un grupo de lugareños en un animado brindis, donde compartieron anécdotas, risas y el distintivo licor local. A través de este gesto de hospitalidad y camaradería, Alma y Homar experimentaron la calidez y la hospitalidad de la gente de Jerez, dejando una impresión duradera en sus corazones.
Al final del día, mientras el sol se ponía sobre el horizonte, Alma y Homar reflexionaron sobre su aventura en Jerez. Habían experimentado de primera mano la riqueza cultural y la profunda conexión con las tradiciones que definían a esta encantadora ciudad zacatecana. Con recuerdos imborrables y el espíritu de la celebración en sus corazones, se despidieron de Jerez con gratitud y un renovado aprecio por la diversidad y la belleza de México.